En los siguientes capítulos, cada una de las etapas del camino ignaciano del examen espiritual de conciencia se presentará a partir de seis temas que las identifican y resumen: ¨luz, gracia, llamadas, respuestas, pasado, futuro¨. Si es cierto, como dice san Francisco de Asís, que «el amor es lo que hace hacer el viaje», un primer capítulo, a modo de puesta en marcha, tratara, como es debido, del “tema del amor”.
Todos estos temas son en sí mismos especialmente ricos. Las explicaciones propuestas no pretenden en ningún caso exprimir el contenido, sino que tratan de invitar a la búsqueda y a la creatividad. Son esbozos de una reflexión que los lectores podrán profundizar.
Este libro que tienes no es un libro para leer sino un libro para «hacer». Su objetivo es eminentemente práctico. Inspirado por los Ejercicios ignacianos, ofrece un programa de formación en el discernimiento espiritual permanente. Programa destinado a tomar forma gradualmente por medio de una especie de footing espiritual.
Centrando toda la atención en el tema propuesto, y permaneciendo en el todo el tiempo preciso para obtener los frutos perseguidos. Es el ¨footing¨ que estáis invitados a practicar y comporta cuatro elementos que hay que mantener activos, cada día, en lo concreto de lo cotidiano. Para seña-lar bien su carácter activo, están designados por cuatro verbos: “reflexionar, orar, vivir y compro-bar”.
La reflexión ¨estará dirigida al principio¨, fijada por el tema propuesto, y alimentada por los tex-tos sugeridos. Tiene como objetivo dar unos indicios para la oración, que no debe ser dirigida. La “diferencia entre reflexionar y orar” es evidente: es la diferencia entre un discurso en tercera perso-na y un discurso en segunda persona, entre hablar de Dios y hablar a Dios.
Cuando decimos: «Dios existe, es bueno, ha creado el universo, me ama», nos situamos al nivel de la reflexión. Por el contrario, cuando decimos: «Dios mío, existes, eres bueno, has creado el universo, me amas», entonces nos encontrarnos en oración, en estado de comunicación y de comunión con un correspondiente real.
El tercer elemento del footing espiritual, el «vivir», señala la “necesidad de encarnar” bien la reflexión y la oración. Para que una y otra, unidas, se acerquen a la vivencia concreta y a la cotidianidad de la persona en su entorno y en su historia.
En cuanto al «comprobar», este va a ser precisamente la actividad que el examen espiritual de conciencia quiere desarrollar: “una atención y una vigilancia de calidad¨, que nos hará capaces de comprender bien las huellas de Dios” en nuestra vida.
¿Es necesario señalar la importancia de la fidelidad a ejercitarse día a día para que la marcha produzca sus frutos? «Elemental, querido Watson», como diría Sherlock Holmes. El hecho de centrar la atención en un solo tema ayuda mucho a la constancia al unir las energías espirituales impidiendo que se dispersen. El esfuerzo se hace cada vez menos costoso y enseguida se acompaña de unos deseos que lo estimulan y lo alimentan.
Se trata, pues, de mantenerse en el tema tanto tiempo como nuestros deseos nos indiquen que lo estamos consiguiendo, antes de pasar al siguiente . Se trata de familiarizamos con las actitudes que el tema propone, para que se conviertan para nosotros en una segunda naturaleza. Si procedemos así gradualmente, el caminar no será detenido desde el exterior, como un mecanismo o como una práctica piadosa que se agrega a otras, sino que se manifestará y brotará desde el interior, como una exigencia de vida.
Y marcará profundamente a la persona transformando su estilo de vida, su forma de actuar, para hacer de ella una buena persona viva, despierta, consciente, deseosa de no dejarse llevar por los acontecimientos o por los demás. Sino de tomar las riendas de su vida para devolver-sela libremente al Señor a través de compromisos lúcidos y valientes, acordes con la bondad de Dios.
Es preciso apuntar que las etapas del camino del examen de conciencia son «acumu-lativas». Cuando abordamos un nuevo tema, no dejamos los temas precedentes: añadimos el nuevo a los ya recorridos, igual que se añaden, uno tras otro, los ingredientes para hacer un pastel. Y se requiere que cada día reservemos unos momentos de pausa cuya extensión y fre-cuencia deben determinar la necesidad de cada uno. Lo importante es avanzar gradualmente y encontrar nuestro propio ritmo.
La idea es pasar el tiempo del examen en el estado de discernimiento que se quiere favo-recer, conseguir hacerse siempre presente ante uno mismo, ante Dios y ante el mundo. Como los enamorados, que siempre tienen presente el uno al otro. El P Azevedo llega incluso a comparar el examen con el monitor de una sala de cuidados intensivos, que no puede desconectarse.
No repetiremos nunca lo suficiente la necesidad, dentro del examen, de expresar fielmente por escrito las vivencias del día, para salvarlas del inconsciente. Esta práctica, al principio, podrá parecer dura. Lacordaire hablaba de «crucificarse todos los días con la pluma»-. Pero con el tiempo, llegaremos a tomar afición a hacerlo y a encontrar en ello grandes beneficios y mucha felicidad.
No hay más que leer de nuevo el extraordinario diario de Etty Hillesum, “Une vie bouleversée”, para comprender hasta qué punto el trabajo de relectura y de expresión de lo vivido, constituye una condición prácticamente necesaria del devenir espiritual, ante el asombroso caminar que se revela en él.
Los autores espirituales ven en el examen espiritual de conciencia «la practica esencial de una espiritualidad apostólica activa». Si bien esta forma de oración ha podido conocer, a lo largo de la historia, «dolorosas esclerosis».Sigue siendo, sin embargo, para el E Joseph Tetlow, gracias a la renovación que ha efectuado tras el concilio Vaticano II, la oración más ajustada a la posmodernidad. Y posee en particular una singular importancia en el actual esfuerzo de conjugar «el servicio de la fe y la promoción de la justicia».
Gracias a las actitudes de discernimiento que desarrolla, favorece los compromisos apostólicos más arriesgados. Impide que la caridad cometa locuras o siga siendo ficticia. Le permite, por así decir, que se haga realista, que encuentre encarnaciones sociales reales, que ofrezca sus manos y sus pies para producir frutos de justicia. Y es una verdadera puesta en práctica de toda la persona, desde la punta de los dedos hasta la punta de los pies, como lo sugiere la imagen directriz elegida más arriba.
El triunfo de la operación depende, en buena parte, de la inversión personal que cada uno quiera consentir. Por supuesto, siempre podremos contar con la complicidad del Espíritu y con la gracia de Dios, que no nos faltan nunca. Pero Dios requiere nuestra colaboración. Nos toca a nosotros aceptar su invitación y comprometernos.