martes, 9 de agosto de 2011

1D-En concreto

En los siguientes capítulos, cada una de las etapas del camino ignaciano del examen espiritual de conciencia se presentará a partir de seis temas que las identifican y resumen: ¨luz, gracia, llamadas, respuestas, pasado, futuro¨. Si es cierto, como dice san Francisco de Asís, que «el amor es lo que hace hacer el viaje», un primer capítulo, a modo de puesta en marcha, tratara, como es debido, del “tema del amor”.

Todos estos temas son en sí mismos especialmente ricos. Las explicaciones propuestas no pretenden en ningún caso exprimir el contenido, sino que tratan de invitar a la búsqueda y a la creatividad. Son esbozos de una reflexión que los lectores podrán profundizar.

Este libro que tienes no es un libro para leer sino un libro para «hacer». Su objetivo es eminentemente práctico. Inspirado por los Ejercicios ignacianos, ofrece un programa de formación en el discernimiento espiritual permanente. Programa destinado a tomar forma gradualmente por medio de una especie de footing espiritual.

Centrando toda la atención en el tema propuesto, y permaneciendo en el todo el tiempo preciso para obtener los frutos perseguidos. Es el ¨footing¨ que estáis invitados a practicar y comporta cuatro elementos que hay que mantener activos, cada día, en lo concreto de lo cotidiano. Para seña-lar bien su carácter activo, están designados por cuatro verbos: “reflexionar, orar, vivir y compro-bar”.

La reflexión ¨estará dirigida al principio¨, fijada por el tema propuesto, y alimentada por los tex-tos sugeridos. Tiene como objetivo dar unos indicios para la oración, que no debe ser dirigida. La “diferencia entre reflexionar y orar” es evidente: es la diferencia entre un discurso en tercera perso-na y un discurso en segunda persona, entre hablar de Dios y hablar a Dios.

Cuando decimos: «Dios existe, es bueno, ha creado el universo, me ama», nos situamos al nivel de la reflexión. Por el contrario, cuando decimos: «Dios mío, existes, eres bueno, has creado el universo, me amas», entonces nos encontrarnos en oración, en estado de comunicación y de comunión con un correspondiente real.

El tercer elemento del footing espiritual, el «vivir», señala la “necesidad de encarnar” bien la reflexión y la oración. Para que una y otra, unidas, se acerquen a la vivencia concreta y a la cotidianidad de la persona en su entorno y en su historia.

En cuanto al «comprobar», este va a ser precisamente la actividad que el examen espiritual de conciencia quiere desarrollar: “una atención y una vigilancia de calidad¨, que nos hará capaces de comprender bien las huellas de Dios” en nuestra vida.

¿Es necesario señalar la importancia de la fidelidad a ejercitarse día a día para que la marcha produzca sus frutos? «Elemental, querido Watson», como diría Sher­lock Holmes. El hecho de centrar la atención en un solo tema ayuda mucho a la constancia al unir las energías espirituales impidiendo que se dispersen. El esfuerzo se hace cada vez menos costoso y enseguida se acompaña de unos deseos que lo estimulan y lo alimentan.

Se trata, pues, de mantenerse en el tema tanto tiempo como nuestros deseos nos indiquen que lo estamos consiguiendo, antes de pasar al siguiente . Se trata de familiarizamos con las actitudes que el tema propone, para que se conviertan para nosotros en una segunda naturaleza. Si procedemos así gradualmente, el caminar no será detenido desde el exterior, como un mecanismo o como una práctica piadosa que se agrega a otras, sino que se manifestará y brotará desde el interior, como una exigencia de vida.

Y marcará profundamente a la persona transformando su estilo de vida, su forma de actuar, para hacer de ella una buena persona viva, despierta, consciente, deseosa de no dejarse llevar por los acontecimientos o por los demás. Sino de tomar las riendas de su vida para devolver-sela libremente al Señor a través de compromisos lúcidos y valientes, acordes con la bondad de Dios.

Es preciso apuntar que las etapas del camino del examen de conciencia son «acumu-lativas». Cuando abordamos un nuevo tema, no dejamos los temas precedentes: añadimos el nuevo a los ya recorridos, igual que se añaden, uno tras otro, los ingredientes para hacer un pastel. Y se requiere que cada día reservemos unos momentos de pausa cuya extensión y fre-cuencia deben determinar la necesidad de cada uno. Lo importante es avanzar gradualmente y encontrar nuestro propio ritmo.

La idea es pasar el tiempo del examen en el estado de discernimiento que se quiere favo-recer, conseguir hacerse siempre presente ante uno mismo, ante Dios y ante el mundo. Como los enamorados, que siempre tienen presente el uno al otro. El P Azevedo llega incluso a comparar el examen con el monitor de una sala de cuidados intensivos, que no puede desconectarse.

No repetiremos nunca lo suficiente la necesidad, dentro del examen, de expresar fielmente por escrito las vivencias del día, para salvarlas del inconsciente. Esta práctica, al principio, podrá parecer dura. Lacordaire hablaba de «crucificarse todos los días con la pluma»-. Pero con el tiempo, llegaremos a tomar afición a hacerlo y a encontrar en ello grandes beneficios y mucha felicidad.

No hay más que leer de nuevo el extraordinario diario de Etty Hillesum, “Une vie bouleversée”, para comprender hasta qué punto el trabajo de relectura y de expresión de lo vivido, constituye una condición prácticamente necesaria del devenir espiritual, ante el asombroso caminar que se revela en él.

Los autores espirituales ven en el examen espiritual de conciencia «la practica esencial de una espiritualidad apostólica activa». Si bien esta forma de oración ha podido conocer, a lo largo de la historia, «dolorosas esclerosis».Sigue siendo, sin embargo, para el E Joseph Tetlow, gracias a la renovación que ha efectuado tras el concilio Vaticano II, la oración más ajustada a la posmodernidad. Y posee en particular una singular importancia en el actual esfuerzo de conjugar «el servicio de la fe y la promoción de la justicia».

Gracias a las actitudes de discernimiento que desarrolla, favorece los compromisos apostólicos más arriesgados. Impide que la caridad cometa locuras o siga siendo ficticia. Le permite, por así decir, que se haga realista, que encuentre encarnaciones sociales reales, que ofrezca sus manos y sus pies para producir frutos de justicia. Y es una verdadera puesta en práctica de toda la persona, desde la punta de los dedos hasta la punta de los pies, como lo sugiere la imagen directriz elegida más arriba.

El triunfo de la operación depende, en buena parte, de la inversión personal que cada uno quiera consentir. Por supuesto, siempre podremos contar con la complicidad del Espíritu y con la gracia de Dios, que no nos faltan nunca. Pero Dios requiere nuestra colaboración. Nos toca a nosotros aceptar su invitación y comprometernos.

1C-Una imagen directriz

Otro artículo completa notablemente las reflexiones del E Aschenbrenner, el de Jean-Clause Dhotel, “Dominio y entrega de uno mismo”. Este texto proporciona una imagen directriz especialmente aclaradora que permite comprender la lógica interna y la dinámica de base que unifican el recorrido sugerido por san Ignacio. Al final de sus reflexio­nes[1] , el P. Dhotel une en torno a un dibujo las diversas etapas del examen de conciencia. El dibujo representa esque-máticamente a un hombre con los brazos elevados hacia el cielo, “como un suplicante o un orante, con un pie en tierra y otro en el aire, para indicar mejor que el hombre está caminando.

La distribución de las cinco etapas del examen de conciencia propuestas por san Ignacio permite al E Dhotel explicar, en su dibujo, los vínculos que unen cada fase del caminar ayudan a comprender bien la unidad orgánica de la acción.

Las dos primeras etapas, (1) solicitud de luz y (2) acción de la gracia, tienen como objetivo mostrar, por así decirlo, el telón de fondo; vestir el decorado en cuyo interior va a tener lugar la experiencia del examen espiritual de conciencia.

Es un poco como si, al principio, san Ignacio nos invitara a abrir mucho los brazos hacia el cielo en una actitud de acogida y de reconocimiento, para situarnos bien delante de Dios. «Quiero, pues, que todos los hombres oren en todo lugar levantando, las manos» (ITim 2,8). Esta puesta en situación de salida es necesaria ¨para impedir que el examen tome una tangente puramente moralizante o psicológica¨[2]. Así pues será en el horizonte luminoso de la acción de la gracia donde se hará la relectura y el discernimiento de lo vivido.

Una vez establecido bien este contexto, la tercera etapa (3) el examen propiamente dicho, comenzando por las llamadas de Dios antes de abordar las respuestas que le damos nosotros. Hay que preci-sar que el examen de las respuestas no debe limitarse solo a las res-puestas negativas.

También es muy importante ser conscientes de que hemos podido corresponder a las invitaciones del Señor para darle gracias por ellas como reconocer, para que eso no se reproduzca más, que hemos faltado a la cita que había fijado con nosotros.

La etapa siguiente consiste en (4) asumir bien nuestro pasado, es decir, en salvarlo del olvido, nombrando, por una parte, las cosas buenas que hemos vivido y, por otra parte, ¨recon-ciliándonos¨, si es oportuno, con las vivencias negativas, transformándolas en positivas por la contrición y el arrepentimiento.

Es entonces cuando podemos pasar a la última etapa (5) centrada en el futuro, que debemos mirar con confianza; es la resolución cargada de esperanza.

La imagen directriz -una persona caminando con las manos elevadas hacia el cielo- nos facilita una especie de hilo conductor que nos guiará en la exploración de la persona espiritual, desde la punta de los dedos hasta la punta de los pies.

La acción del discernimiento - que hay que desarrollar en lo concreto de lo cotidiano- se sitúa precisamente al nivel del examen como tal: examen de llamadas y examen de respuestas. Aquí esta, en efecto, el punto de unión entre mi relación con Dios (luz, gracia, llamada) y mis com-promisos concretos en la trama histórica de mi vida (respuesta, pasado, futuro).

Todo tiene lugar entre las llamadas y mis res­puestas. La unión entre mi oración, mi contem-plación y mis acciones y compromisos, entre la teoría y la práctica. El discernimiento espiritual vincula “lo visible y lo invisible”, la acción del Espíritu y la libertad humana, el compromiso socio-económico-moral y las percepciones de la fe, la naturaleza y la gracia. Llevar a cabo en concreto la conjunción y la colaboración efectiva con el Espíritu: «E1 Espíritu Santo y nosotros hemos decidido» (He 15,28).

Es la puesta en práctica de la implicación secular de la Encarnación que san Ignacio experi-menta por el descubrimiento de «Dios en todas las cosas», descubrimiento de la presencia actual y activa del Resucitado en el contexto realista de nuestro combate contra las fuerzas del mal y de la muerte.

Presencia ante Dios y ante el mundo que se conjugan y se unen en el centro mismo de la presencia de la propia persona, allí donde se comprenden las llamadas del Señor, donde se toman las decisiones y se compromete la libertad. Esto es lo que evoca la imagen directriz que explicaran los capítulos siguientes.

Cuando se lleva a cabo progresivamente y en una perspectiva espiritual, la práctica del examen de concien­cia, la entendemos fácilmente, sobrepasa la simple prác­tica de la piedad para convertirse en un estilo de vida personal. En una forma que tiene la persona de vivir su vida, despierto, con los ojos bien abiertos.

La actitud permanente de discernimiento que así se desarrolla nos lleva a una aventura apasio-nante, la que nos compromete a buscar el rostro del Resucitado. Tenemos que buscarle allí donde se da para que le descubramos. En el centro de nuestra vida, en los acontecimientos y encuentros que jalonan nuestros días.

Esta práctica la ha ejercitado y desarrollado tan fielmente san Ignacio, que al final de su vida pudo confesar que «Todas las veces, todas las horas que quería encontrar a Dios, lo encon-traba» 19[3]. Encontrar a Dios en todas las cosas, volverse¨ contemplativo en la acción¨, a esto es a lo que apunta el examen espiritual de conciencia.



[1] J. C. DHÓTEL, Maitrise et remise de soi: l'examen spirituel du conscient, Christus 116 (1982) 464.

[2] Es importante superar la consideración moral de los pecados para hacer el examen de una experiencia de discernimiento propiamente espiritual, para descubrir la voluntad de Dios, para establecer con él un vínculo interpersonal: cf más abajo M. CARVALHO AZEVEDO, Priére dans la vie, Centurion, París 2003, 265-269 (trad. esp.: Oración en la vida, desafío y don, Verbo Divino, Estella 1990); p. DJVARKAR, o. c., 54; J. DELLUMEAU, Le péché et la peur, Fayard París 1983, c. 6: La mise au point de l'examen de conscience, 211-235.

[3] A partir de aquí no hay más citas bibliográficas a pié de página en esta versión, sí en el libro. La persona que me hizo el escaneo previo del libro lo escaneó todo, pero a la hora de corregir decidió borrar las Notas ¨inconsulta-mente¨, quizás porque le daba mucho trabajo.

Y así empobreció lo escaneado porque nos privó de citas, donde poder profundizar, y de resúmenes y comentarios adicionales. Si hubiera sabido de su tentación de borrar las Notas, le hubiera pedido que me las diera en bruto, que ya las corregiría yo.

Un lujo de ignorancia. Atrevida.

1B - La "Caritas discreta"

La dimensión espiritual no escapa a la necesidad de aunar bien el corazón y la inteligen-cia, la caridad y el discernimiento. La caridad representa el aspecto afectivo, el elemento diná-mico de la vida espiritual. El dis­cernimiento, por su parte, designa el aspecto cognitivo o el elemento intelectual y su papel es ordenar, orientar las fuerzas de la caridad, para que sean ple-nas. Para que no se dispersen y no se derrochen, para que no hagan locuras.

No hay peores locuras que las religiosas, pues implican a Dios y se hacen en nombre de Dios. se adornan con su autoridad. Cuando nos enteramos de las extravagancias religiosas que Ignacio de Loyola conoció en Manresa, aunque «animado por grandes deseos, seguía estando ciego»[1], se comprende fácilmente su insistencia para que la caridad vaya siempre acompañada del discerní-miento.

La expresión caritas discreta -caridad acompañada de discernimiento) aparece en el como un verdadero lema, por así decir, como una marca comercial característica de su espiritualidad. No quiere que separemos impulsos del corazón e inteligencia espiritual.

Cuanto más fuerte es la caridad, más se impone el discernimiento, no para contradecirla y disminuirla, sino para canalizarla. El papel del discernimiento no es encender la pasión, sino, muy al contrario, favorecerla y servirla permitiendo que se ejercite plenamente sin desorientarse ni perderse. El discernimiento, desde ese momento, actúa en cierto modo “como un termostato”, como un regulador de calor.

Cuando, en una habitación, el calor es demasiado intenso, no estamos a gusto y corremos el riesgo de deshidratarnos. Por el contrario, cuando hace demasiado frio, la situación no es mejor: hay peligro de constiparse y de que salgan sabañones. Lo importante es, por tanto, calibrar bien, equilibrar la temperatura.

Así ocurre con el fuego de la caridad. Podemos perjudicar haciendo el bien con una caridad excesiva, indiscreta e intempestiva. Para no ejercer nuestra caridad equivocada y defectuosa-mente, conviene juzgar bien las situaciones y estar siempre alerta y vigilantes.

Lo que caracteriza propiamente a la persona religiosa es precisamente esta cualidad de vigilancia y de atención paciente que encontramos en el que vela[2] . La persona religiosa es esencialmente, según la expresión de los Padres de la iglesia[3], un «néptico» (nepsis, despertar), “una persona que elige vivir su vida despierta, con los ojos bien abiertos”. El nombre de Buda, al parecer, significa «el despierto».

EL DISCERNIMIENTO PERMANENTE

Esta actitud de inteligencia espiritual siempre despierta se refiere menos a acciones puntuales de discernimiento y más a un estilo de vida, a estar dispuesto en todo momento. La perma-nencia del discernimiento, eso es lo que importa: es ella la que garantizara la capacidad de discernir en las situaciones particulares.

En efecto, alguien que no es normalmente inteligente, no lo será más cuando tenga graves problemas que resolver. De la misma forma, quien no esté habituado al discernimiento, no sabrá apenas discernir cuando tenga que tomar decisiones importantes.

Una vida espiri­tual equilibrada requiere siempre que nos ajustemos a la buena voluntad de Dios, “que decidamos según su voluntad, prestando una atención continua, renovada, a los signos que nos muestra a través de los acontecimientos, de los encuentros y, sobre todo, como veremos, a través de lo que vivimos en nuestro interior”.

Y ¿cómo actuar, para desarrollar esta actitud habitual de atención, esta disposición, en todo momento, de reconocer los signos que me ofrece Dios y que me permiten dirigir correcta-mente las energías de mi caridad? ¿Cómo desarraigarme de la inconsciencia y del sonambulis-mo cotidiano, como salir del flujo, de la ola, evitar la amnesia, el Alzheimer espiritual?

¿Como adquirir lo que los maestros llaman el sentido o el tacto espiritual, esta sensibilidad y esas antenas espirituales que me permitirán mantenerme siempre conscientemente en el amor?

El verdadero discernimiento, según Jean Lafrance, «no es la práctica de la fría razón, sino la puesta en práctica de una sensibilidad espiritual (cf Flp 1 ,9), de un instinto que nos hace des-cubrir las huellas de la acción de Dios en nuestra vida. Es la unción de la que habla san Juan y que nos enseña todo»[4].

En resumen, ¿cómo lograr que mi corazón discierna?

EL EXAMEN ESPIRITUAL DE CONCIENCIA

El discernimiento es uno de los dones del Espíritu (Is 11,2) que debo pedir encarecidamen-te, como hizo Salomón (I Re 3,9), pero es un don que puedo, disponerme a recibir y a aprender a desarrollar en mí. Y para adquirir un corazón que discierna, existe un medio reconocido, probado, utilizado en todas las tradiciones religiosas, bajo una u otra forma, y que tiene precisa-mente como función asegurar el desarrollo del discernimiento permanente: el examen espiritual de conciencia.

Esta práctica es ahora algo común a todas las religiones y tradiciones espirituales[5], la persona religiosa reconoce fácilmente en sí su fidelidad pone al examinarse, en la calidad de la atención que presta al leer sus vivencias.

El examen de conciencia, en su forma tradicional, consiste en ¨reservarse, a lo largo del día, uno o dos momentos de pausa, de unos quince minutos, para ver de nuevo y revisar[6] lo que hemos vivido¨, desde la última pausa. Al obtener un beneficio de esta revisión, tendremos la posibilidad de ordenar mejor nuestra vida para el tiempo futuro.

Francisco de Sales habla de este alto, de esta pausa-salud, como de un «mini retrato cotidia-no»[7]. El objetivo de un retrato, como su palabra indica, consiste en tomar distancia frente a lo vivido para leerlo y evaluarlo[8] mejor y, así, conseguir vivir mejor en el futuro.

Como el comerciante que todas las tardes hace la caja para comprobar si ha ganado o perdido dinero. Tomar regularmente el pulso de nuestra experiencia espiritual. Si estuviéramos progra-mados como lo están los animales, no tendríamos que hacer ejercicios de inteligencia. Las orientaciones de nuestra vida serian ordenadas por nuestros instintos y obedeceríamos a ellos ciegamente.

El ser humano está hecho de tal forma que (y ahí están su grandeza y su miseria) debe escapar, hasta cierto punto, a las influencias de su entorno, y determinar por sí mismo como ac-tuar a partir de las luces que constituyen su discernimiento. Esto vale para todos los ámbitos de nuestra vida, pero más aún para el dominio de nuestra vida espiritual.

En este nivel, lo que intentamos comprender cuando examinamos nuestra vida son fundamen-talmente los signos de la voluntad del Señor que El nos da para que podamos orientar bien nuestra acción. No se trata pues de una introspección psicológica o moralizante, sino de una verdadera búsqueda, en el Espíritu, de las intenciones que tiene Dios sobre nosotros.

Lo importante sigue siendo, no lo que yo he hecho por el Señor. sino lo que el Señor quiere hacer en mi o a través de mi.

IGNACIO DE LOYOLA, en el numero 43 de sus Ejercicios espirituales, propone una prác-tica clave para guiar nuestra forma de hacer el examen[9]. Cinco etapas, que recorrer gradualmen-te, marcan el camino de la experiencia. Esas etapas constituyen un conjunto y un entorno que proporcionan a la marcha su carácter propiamente espi­ritual.

El padre George Aschenbrenner, en su famoso artículo “El examen espiritual del cons-ciente”[10], ofrece una excelente presentación, inteligente, renovada y muy bien actualizada, de la forma de hacer el examen propuesto por san Ignacio. Este texto es de obligada lectura.



[1] IGNACIO DE LOYOLA, Autobiografía 14 (cf El peregrino: autobiografía de Ignacio de Loyola, Mensajero, Bilbao 1991).

[2] H. NEWMAN, Parochial and plain sermons IV, sermón XXII: Watching; Sermons on various occasions, sermón III: Waiting for Christ. Pueden encontrarse íntegramente estos sermones en www.newmanreader.org.

[3] Cf. J. LAFRANCE, Día y noche, San Pablo, Madrid 19993. Sobre los népticos, cf también O. CLÉMENT, Dialo-gues avec le patriarche Athénagoras, Fayard, París 1969, 27,202,211.

[4] J. LAFRANCE, A l'école de saint Ignace, Cahiers de spiritualité ignatienne 22 (1982) 3l.

[5] «El examen de conciencia tiene una larga historia que se remonta hasta la antigüedad pagana. Los estoicos en particular lo utilizaban de forma muy regular… Encontramos también formas de examen de conciencia en la antigua India y en el Islam.

Fue, sin embargo, principalmente a partir de los estoicos, via los Padres de la Iglesia, se introdujo en el cristia-nismo el examen de conciencia. Y en él, después de la época de las persecuciones, es decir, después de la Paz de Constantino, comenzó a tener un importante papel, haciéndose cada vez más relevante.

Durante la Edad media la tradición se extendió, especialmente entre los cistercienses, en las órdenes mendican-tes, y más tarde en la Devotio moderna. A través de la Devotio moderna fue como el examen de conciencia se implan-tó entre los laicos» (Examen de conscience, en Dictionnaire de spiritualité IV /2, París 1961; cf Examen de conciencia, en E. ANCILLI, Diccionario de Espiritualidad II, Herder, Barcelona 1983, 68-73; cf también S. ROBERT, Aux sources de la relecture: l'examen de conscience, Christus 194 [1997) 231-232).

[6] Sobre el examen como «revisión» de la vida, segunda mirada, «re-espec-tar», doble visión (por oposición a cor-ta visión), cfr. M. QUOIST, Réussir, Éditions ouvriéres, París 1961, 199-202,221-228 (trad. esp.: Triunfo, Herder, Barcelona 19986).

[7] Según Divarkar, san Ignacio consideraba el examen de conciencia como una fórmula de sustitución de los Ejercicios espirituales para aquellos que no pudieran completar con éxito su retrato: P. DIVARKAR, Le chemin de la connaissance intérieure, Médiaspaul-Éditions Paulines, París-Montréal 1993, 53 (trad. esp.: La senda del conocimiento interno, Sal Terrae, Santander 1984).

[8] El término «examen» se refiere al cursor de una balanza romana, a la evaluación, al peso obtenido en medio de un equilibrio: G. FESSARD, La dialectique des Exercices spirituels de saint Ignace de Loyola 1, Aubier, París 1956, 79; A. MANARANCHE, Un chemin de liberté, Seuil, París 1971,99 (trad. esp.: Un camino de libertad, Stvdivm, Madrid 1973).

[9] Encontraremos la práctica del examen, en los Ejercicios espirituales, no sólo en el número 43, sino también en los números 77 (examen de oración), 333-336 (examen de consolaciones), 342 (examen de afectos). Sobre las relacio-nes entre el examen, el Principio y fundamento y la contemplación para conseguir el amor, cf. J. A. TETLOW, The most postodern prayer. American Jesuit Identity and the examen of conscience, Studies in the Spirituality of Jesuits, 26/1 (enero de 1994) 45, 47-48.

[10] G. A. ASCHENBRENNER, L´examen de conscience spirituel, Cahiers de spiritualité ignatienne 9 (1979) 30-42; Consciousness Examen, Review for Religious 31 (1972) 14-21

1A - El discernimiento en lo cotidiano

¨Todas las veces, todas las horas que quería encontrar a Dios, lo encontraba¨ (Ignacio de Loyola).

El primer capítulo de un libro es siempre muy importante. Normalmente se deja para el último lugar, cuando el escritor ha terminado su trabajo de redacción. Es entonces cuando sabe que debe poner en la introducción o en el prefacio: el asunto del que ha tratado, el objetivo que perseguía, el método que ha empleado.

Una buena novela policiaca, por ejemplo, nos permite conocer desde el principio, en el primer capítulo, los principales elementos del enigma a resolver. Los diferentes personajes, el drama que se ha producido, las pistas que se le ofrecen al lector y que mantendrán su interés hasta el final del relate.

Los libros de espiritualidad no son una excepción a esta regla. No son necesariamente tristes y pesados. Deben cautivar al lector mientras explora misterios que, a menudo, no tienen nada que envidiar a los policíacos.

El libro que empezáis a leer lleva como título: CAMINA EN MI PRESENCIA, y como subtítulo, ¨El discernimiento espiritual en lo cotidiano¨. Ambiciona despertar en los lectores una sensibilidad espiritual en todos los instantes para que puedan descubrir, en todo momento y en todas las situaciones, el gusto por Dios.

A partir de un amplio abanico de temas (el amor, la luz, la gracia, las llamadas, las respuestas, el pasado, el futuro) estrechamente articulados en torno a una imagen directriz, trata de desarrollar de forma gradual un corazón que discierna, que sea capaz de reconocer siempre la presencia del Resucitado en la vivencia concreta de lo cotidiano.

Esto puede, en un primer momento, parecer abstracto y poco atractivo. Un poco como si consultaremos un mapa de carreteras antes de ir de viaje. Me atrevo a esperar que a lo largo de estas páginas podáis descubrir un vasto y maravilloso paisaje que regocijara vuestro corazón e iluminará vuestra inteligencia. Cuento con vuestro interés y con vuestra capacidad de admiración para hacer esta búsqueda apasionante de un Dios que no consume nunca nuestra sed de conocimiento y al que solo descubrimos buscándole siempre.

El titulo, Camina en mi presencia, proviene de la invitación del Señor a Abrahán, en el libro del Génesis (Gen 17,1). Concreta y profundiza el primer llamamiento que escucho nuestro padre en la fe: «Sal de tu patria» (Gen 12,1).

Anuncia dos aspectos que encontraremos unidos y en armonía a lo largo de todo el libro: ¨el aspecto de la fe y del devenir¨ simbolizado por el obrar, el proceder, y ¨el aspecto de perma-nencia y estabilidad¨ evocado por la voluntad de Dios.

No sabríamos caminar sin señales Procede, dice el Señor, camina, pero no a solas, ni a ciegas. Porque se trata precisamente de esto: ante la continua presencia de Dios, para dinamizar nuestra vida en progreso hacia su realización.

Presencia, en griego, se dice “parousia”. Con ella se designa, por una parte, nuestro estar con Dios, hacia el cual tendemos como hacia nuestra santidad. Y, por otra parte, se refiere sobre todo al propio Dios, a su estar con nosotros, que lo tenemos asegurado para siempre.

Nosotros con Dios, Dios con nosotros: la Parousia señala “el encuentro culminante de estas dos presencias, cuando nuestra vida haya alcanzado su plena madurez”. Es el sentido de la expresión «y sed perfectos», que completa la invitación del Señor a caminar con el, a obrar según su voluntad. «Camina en mi presencia [acompañado por/con mi amor] y se perfecto» (Gen 17,1).

Dos libros preceden al presente volumen, y le sirven de contexto y preparación. El primero, Sal de tu tierra, explora ampliamente la apasionante aventura de la vida espiritual con sus componentes de base, sus etapas, sus crisis y sus actitudes[1]

El segundo, ¿Donde me quieres llevar, Señor?, trata del discernimiento espiritual que, como obligado regulador de la caridad, constituye uno de los elementos indispensables de la vida espiritual para asegurar su salud y su equilibrio[2]. Los tres títulos componen una especie de dialogo simbólico entre el Señor y el creyente:

Sal de tu tierra.

¿Dónde me quieres llevar, Señor?

Camina en mi presencia...

Contexto que integramos sintéticamante, y que nos ayudará a situarnos y comprender más a que nos llama el Señor cuando nos invita a caminar en su presencia. Es un buen sistema proceder desde lo más grande hasta lo más concreto, de lo universal a lo particular. Procedamos.

Solo tenemos una vida, una sola, la que vivimos en el presente. Pero entonces, pensemos, ¿qué queremos decir cuando hablamos de la vida futura, de la vida en el más allá? Hablamos siempre de nuestra única vida, de nues­tra vida actual, pero en cuanto destinada a evolucionar y a transformarse con el tiempo.

No se trata pues ¨de otra vida¨. Sino de una vida distinta, que se ha transformado a lo largo de su devenir. Como es única, nuestra vida nos es tremendamente preciada. El gran interrogante que nos hacemos, a partir de ahí, es el siguiente: ¿como vivir plenamente, lo más intensa y densa-mente posible, nuestra única vida? ¿Cómo hacer que produzca todos los frutos de bondad? ¿Que condiciones necesitamos para esperar siempre más esta plenitud de vida que nuestro ser pide con todos sus deseos?

Las páginas siguientes quieren aportar elementos de respuesta a estas preguntas que, al igual que los propios deseos de la vida, se revelan inagotables.

LA CABEZA Y EL CORAZÓN

Partamos de una imagen familiar, la de un coche. El ser humano funciona un poco como un automóvil que, para desplazarse bien, necesita al mismo tiempo un motor y una dirección. Un automóvil sin motor no puede moverse, aunque su volante funcione perfectamente. Y, un motor bien hecho, funcionando a pleno rendimiento, será muy peligroso si no tiene una buena dirección que controle y oriente las fuerzas motrices.

Lo mismo ocurre con el ser humano. Para el, el amor constituye, por así decirlo, el motor de las acciones, mientras que la inteligencia asegura su dirección. El papel de la inteligencia es administrar bien, orientándolas, las fuer­zas dinámicas de la afectividad.

Estas dos funciones de la inteligencia y de la afectividad deben pues actuar en conjunto para que la acción humana pueda efectivamente producirse y desarrollarse como es debido. Para conjugar bien, al nivel del comportamiento humano, los factores de la inteligencia y de la afectivi­dad, del conocimiento y del amor, solemos evocar con frecuencia la necesidad de ¨reconciliar y armonizar cabeza y corazón¨.

Se dice que, dejándose llevar por si mismo, el corazón ama desmesuradamente y es capaz de todo tipo de locuras: «E1 sueño de la razón produce monstruos»[3]. Dejándose llevar por la cabeza, esta no es mejor... Lo que dice Chesterton es verdad, sin duda alguna: «E1 loco no es el hombre que ha perdido la razón. El loco es el que ha perdido todo menos la razón». Si el corazón no tiene medida, la cabeza pasa su tiempo midiendo, analizando, comparando, juzgando. Los movimientos del corazón y los del espíritu parecen ir en sentido contrario.

La inteligencia asume su propia realidad, su papel es el de «comprender». Por el contrario, el amor sale de si, es un movimiento de desposesión. «E1 espíritu -apunta Víctor Hugo- se enrique-ce con lo que recibe, y el corazón se enriquece con lo que da». No se trata de elegir entre cabeza y corazón.

Lo que importa es acercar el uno a la otra, de poner la cabeza al nivel del corazón, so pena de exponerse a graves desequilibrios, como dicen los Padres de la Iglesia. «Ahora entiendo las palabras de S. durante mi primera visita -escribe Etty Hillesum en su Diario-: Lo que está aquí (y señalaba su cabeza) debe ir hasta aquí (y señalaba su corazón) »[4]. Francois Varillon critica con fuerza la «dicotomía ruinosa entre una razón reducida a su función calculadora o especuladora y un sentimentalismo irracional»[5].

«! Corazón de oro y cabeza loca!». ¿Quién no conoce las extravagancias y meteduras de pata que tal o cual persona de generosidad desbordante no deja de cometer por falta de juicio? !Es bien sabido que el infierno esta adoquinado con buenas intenciones! Por el contrario, cuando alguien no tiene corazón y se alimenta de malas intenciones, no hay ninguna de sus cualidades que no se considere equivocada, que no se convierta también en mala, comenzando por su inteligencia.

Todo parece perjudicial para quien no conoce la bondad, decía Mon­taigne. No hay nada más terrible que un bandido fuerte, tenaz y dotado de imaginación e inteligencia. Seria mejor que no poseyera ninguna de estas cualidades, pues su malicia seria menos nefasta.

El sueño del corazón pro­duce monstruos, igual que el de la razón. La separación entre el corazón y la cabeza, cuando uno funciona en detrimento del otro, no puede producir más que desastres que, tal como lo muestra un texto de Bertrand Rus­sell[6], pueden alcanzar dimensiones extremas:

«En la Edad media, cuando se declaraba la peste en un país, los hombres piadosos aconsejaban a la población que se reuniera en las iglesias y rezara para que desapareciera; esto solo conseguía que el mal se expandiera con una extraordinaria rapidez entre los orantes allí reunidos.

Este es un ejemplo del amor sin conocimiento. La última guerra es un ejemplo de conocimiento sin amor. En un caso y en otro, el resultado fue una muerte a gran escala».



[1] J. G. SAlNT-ARNAUD, Sal de tu tierra. La aventura de la vida espiritual, San Pablo, Madrid 20051

[2] ID, ¿Dónde me quieras llevar, Señor?, Narcea, Madrid 2006.

[3] DIMITRIU, Au Dieu inconnu, Seuil, París 1979, 101.

[4] E. HILLESUM, Une vie bouleversée, seguida de Lettres de Westerbork, Seuil, París 2001,24.

[5] F. VARlLLON, Beauté du monde et souffrance des hommes, Le Centurion, París 1989, 126.

[6] Citado en J. MEUNIER-A. M. SAVARIN, Massacre en Amazonie, Éditions «j'ai lu», París 1969, A251, 148.

viernes, 5 de agosto de 2011

Testamento Espiritual

"Hace un par de años me pidieron algo que pudieran difundir cuando yo ya no esté de carne y hueso. Algo que mis amigos pudieran disfrutar y compartir, y que les diga cuanto les sigo amando y acompañando, pudiendo ser de gran ayuda para el crecimiento de muchas personas.

Creo que lo mejor que les puedo dejar es completarles ”Camina en mi presencia”, de tanta riqueza humana y espiritual. La joya descubierta y compartida a última hora, y que creo es de lo mejor que puede acompañarnos en nuestro desarrollo humano y cristiano.

Por eso previendo que mi salud no me permitirá en el futuro enviarles las entregas de lecturas enriquecedoras que calientan el corazón e iluminan la cabeza, como ha sido mi estilo, decidí enviarselas por Capítulos de ahora en adelante.

Y les agradecería, si creen que hacen un aporte interesante, que las compartan, como yo solía hacerlo."


-Santiago de la Fuente, SJ-